Las relaciones de solidaridad y cuidados son una parte nuclear de nuestras vidas. De manera innegable, estas redes permiten cerrar un círculo en el que les indefenses o necesitades encuentran apoyo en el resto de la tribu antes o después.
Como un año más, el 8 de marzo marcharemos las mujeres juntas, en un ejercicio global, transfronterizo, transcultural e intergeneracional como bien nos han transmitido las compañeras impulsoras y nos adherimos a su discurso y reivindicaciones. Nos encontramos atestiguantes de un impulso histórico que busca revertir las cargas e injusticias a las que nos vemos sometidas la mitad de la población sin derecho, siquiera, a opinar.
Estamos felices de que por fin, entre todas, hayamos conseguido poner de manifiesto la tarea cuasi invisible del trabajo doméstico y los sistemas de cuidados. El entramado que permite la creación de dos tercios de la riqueza mundial, pero que no aparece en los cierres contables de ninguna empresa y ningún Estado. Esa economía doméstica que pone en marcha a las sociedades y que permite su funcionamiento, pero que tiene un impacto negativo para la salud y el bienestar de las mujeres. La sobrecarga psicológica, laboral y privación del tiempo libre son el pan de cada día de muchas de nosotras.
Como entendemos que esta situación es cíclica nos afecta de manera diferencial en cada etapa de nuestro crecimiento, desde la Red Equo Joven queremos aportar nuestra perspectiva, la juventud. Si nos preguntan, puede que muchas de nosotras no nos reconozcamos como cuidadoras de primera orden, especialmente teniendo las figuras de nuestras madres y abuelas. Pero nosotras, las jóvenes, formamos parte de la sociedad que nos prepara para serlo. La excusa de la modernidad y la globalización ha dado forma a nuevos perfiles de cuidadores que siguen comprometiendo y precarizando a las jóvenes. Los cuidados se disfrazan de experiencia vital y aprendizaje social, de buena educación. No nos olvidamos tampoco de aquellas jóvenes que necesitan de cuidados profesionales, del desgaste de sus familias y de las familias de las cuidadoras. De nuestras madres, hermanas pequeñas o abuelas, las que nos vuelven a dar tanto cuando deberían recibir. Asimismo, nos negamos a perpetrar el sistema que nos quiere “hacer libres” traspasando las cargas que nos atribuye nuestro primer mundo, a las compañeras que llegan buscando una vida mejor. No hipotecamos nuestro futuro, ni el de ellas.
Sabemos bien que la naturalización de los cuidados como actividades propias de las mujeres se ha reinstaurado en la práctica por medio de los recortes presupuestarios y en derechos sociales, especialmente ante el envejecimiento de nuestro país, por eso, por nosotras, por hoy y por mañana, abrimos el diálogo de la transversalidad y la corresponsabilidad social. Necesitamos idear políticas públicas que den salida a unas condiciones de cuidado dignas y que no recaigan en el género femenino.
Por eso, el próximo 8 de marzo pararemos, pero el día 9 estaremos dialogando y construyendo. La revolución feminista empieza por nosotras.