“Y vivieron felices y comieron perdices”. Con este final tan ilustrativo nos han bombardeado desde que vimos por primera vez la luz de este mundo (generalmente
las lámparas del paritorio, pero queda menos poético). Año tras año, película Disney tras película Disney hemos pasado la vida aprendiendo cómo tienen que ser nuestras relaciones amorosas, bajo qué pautas deben funcionar y qué comportamientos debemos desterrar de nuestro ser por viciosos, invertidos o antinaturales. En la cúspide de la pirámide: el príncipe azul, la sirvienta pobre que se convierte en princesa tras besar a una rana, el amor romántico.
Pero, ¿qué entendemos por amor romántico? No todo el amor es romántico, ni todo el romance es amor. El amor romántico es un modelo basado en la pareja monogámica, idealizado por unos valores que se fundamentan en la anulación de la personalidad propia de cada miembro de la misma para construir un único sujeto formado por dos personas. Es el amor de cuento de hadas que con tanto énfasis se nos transmite a través de películas, series y canciones durante toda nuestra vida. Es el modelo perfecto para sustentar el capitalismo, el machismo y la heteronorma. ¿Por qué?
Nuestro capitalismo se alimenta del consumo. Consumo de masas, consumo de productos, consumo de materia, consumo de energía. Si el consumo falla el modelo se tambalea. Para sujetar este consumo es necesario que las gentes que habitamos la Tierra nos ajustemos a un modelo que asegure unos hábitos de vida capitalista. Todos los mensajes que nos manda el sistema (a través del mass media y de las corrientes mainstream) van encaminado a sujetar ese modelo: la pareja romántica, la familia ideal. Primero hay que buscar una pareja ideal (para ello tienes que vestir ropa cara, usar colonia cara, tener un teléfono móvil caro, un coche caro, etc.). Segundo, una vez que encuentras a tu pareja ideal tienes que mantenerla y para ello hay que seguir consumiendo (haz viajes románticos a hoteles caros con spa y vistas al mar, compra regalos caros por San Valentín, regala cosas periódicamente para mantener la magia, etc.). Y tercero, una vez que habéis creado el vínculo sólido y te relacionas con otras parejas (por supuesto monógamas y con un nivel de vida similar) sigue manteniendo el nivel de consumo (cómprate un piso, cómprate un coche más grande, viaja más lejos, renueva más a menudo tu vestuario…). Actualmente un modelo engordado por el postureo en redes sociales.
Por otro lado, debemos afirmar que, sin duda alguna, el amor romántico es machista. La pérdida de personalidad que sufren los miembros de la pareja no es, ni mucho menos, a partes iguales. La mujer (porque la pareja es monogámica y heterosexual, por supuesto) es la que anula su personalidad como derivada de una sociedad heteropatriarcal. El machismo encuentra su mayor aliada en la pareja romántica. Este modelo de hombre protector, patriarcal, que cuida de su prole es el que provoca la anulación de la personalidad de la mujer y su sometimiento a los deseos del hombre. Un modelo aprendido desde la infancia y sostenido por nuestro universo cultural. Un modelo tan machista como heteronormativo porque en la pareja romántica no caben disidencias: maricas, bolleras, trans, tríos, poliamor… somos disidentes que el modelo no puede tolerar y por eso nos expulsa a los confines sociales, marginados, enemigas, en el gueto. Aunque desde hace unos años está utilizando una técnica mucho más peligrosa: la asimilación. El sistema nos dice que “a pesar de vuestras “taras”, si copiáis nuestro modelo, si sois monógamas, si consumís, si limitáis vuestros vicios a la intimidad de la cama, entonces os dejamos participar de nuestra fiesta. Pero no hagáis ruido porque en el fondo sois una invitada incómoda”.
Y frente a este panorama desolador, ¿qué podemos hacer? La respuesta es sencilla: desaprender. Desaprender los modelos que nos han enseñado desde que hemos nacido, desaprender las conductas con nos obligan a pensar que si no encontramos un príncipe azul seremos unas desgraciadas toda nuestra vida, desaprender los hábitos que nos hacen entrar en una cadena perpetua de consumo, desaprender los prejuicios que nos obligan a categorizar a las personas como fáciles, viciosas, sueltas, invertidas, raras y antinaturales. Y una vez que hayamos desaprendido todo esto comprobaremos como vivir felices y comer perdices queda muy lejos de convertir una rana en un príncipe azul.
Escrito por nuestro amigo Jon Ruiz de Infante