Feminismo liberal, feminismo radical, feminismo marxista, ciberfeminismo… con esta multitud de términos es comprensible que el ciudadano medio no sepan de lo que estamos hablando y posiblemente no lleguemos a entender en qué consiste y los esfuerzos que requiere la lucha feminista al identificarla con una ideología en concreto, sin darnos cuenta de que el feminismo es un movimiento transversal que va más allá de una simple ideología.
Vamos a hablar del ecofeminismo que para nuestro proyecto es fundamental y transversal. En los últimos años, las reivindicaciones de los derechos de la mujer y los debates a la cuestión de género se ha sumado una de las luchas más imprescindibles, la lucha ambientalista contra el cambio climático. Es por eso que podemos decir que el ecofeminismo, siguiendo la línea del feminismo radical, ve en las jerarquías sociales del patriarcado la causa principal del dominio de la mujer y de la destrucción ecológica. El patriarcado por tanto organiza el pensamiento, la cultura y las relaciones de género.
Debemos entender que el ecofeminismo, al igual que el resto de las teorías feministas no es un movimiento o una ideología homogénea, sino que agrupa diferentes visiones o movimientos. En este caso, “se unen tres movimientos, el feminista, el ecológico y el de la espiritualidad femenina” tal y como lo define la Women’s Environmental Network, la red de mujeres ambientalistas. Sin embargo, lo realmente característico del ecofeminismo según Nuria Varela:
“es su capacidad de construcción y no sólo de defensa en contra del desarrollismo sexista pues las ecofeministas fueron las primeras denunciar que la pobreza, cada vez tiene más rostro de mujer. “
Una de las madres del ecofeminismo es Rachel Carson, definida como “la primera voz” con su obra la Primavera silenciosa, donde denuncia cómo los avances tecnológicos estaban provocando una crisis ecológica y marcó un nuevo camino frente al riesgo de que la agroquímica industrial pudiera dar a luz a una «primavera silenciosa» sin el canto de pájaros ni el ruido de los insectos.
Rachel Carson es la primera de muchas, pero el ecofeminismo tiene grandes referentes como el movimiento Chipko de la India, difundido por Vandana Shiva, y el Movimiento del Cinturón Verde de Kenia, liderado por Wangari Maathai, ambas premios Nobel alternativos. Maathai también ha sido galardonada con el premio Nobel de la Paz en 2004.
Si algo caracteriza a las ecofeministas, además de desarrollar su propia teoría como corriente feminista es que son grandes activistas. El movimiento Chipko (en hindi significa «abrazar») nació cuando las mujeres se opusieron a la deforestación en el estado indio de Uttar Pradesh, en los años setenta. Las mujeres se abrazaban a los árboles para evitar que fueran cortados. La campaña culminó en 1980 cuando el gobierno indio dio su aprobación a una moratoria en la tala de árboles, consiguiendo un hito en la historia del ecofeminismo.
Otro gran logro para el ecofeminismo fue el Cinturón Verde, programa creado en 1977 por Wangari Maathai, que combina el desarrollo comunitario con la protección medioambiental. Maathai se puso en marcha ante la reflexión de que «no podemos esperar sentadas a ver cómo se mueren nuestros hijos de hambre». Desde entonces, las mujeres del Cinturón Verde han plantado 30 millones de árboles y creado 5.000 guarderías.
Tal y como afirma la filosofa ecofeminista Alicia H. Puleo “Se trata de visibilizar el protagonismo de las mujeres en una gran variedad de acciones inspiradas por el pensamiento y el sentimiento de una continuidad entre lo humano y lo que llamamos Naturaleza. Hay mucha energía puesta por las mujeres en el Movimiento de Soberanía Alimentaria, en la defensa compasiva de los animales, en el cuidado de la Naturaleza… Por otro lado, creo que el feminismo tiene que pensar la futura sociedad sostenible para hacer lo que he llamado “una negociación preventiva” con respecto al momento en que tengamos, por la fuerza de las cosas, que salir de esta sociedad de consumo del “usar y tirar”. Hay que plantear las reivindicaciones feministas con respecto al modelo ecológico del futuro. Nadie lo hará si no lo hacemos nosotras.”
La teoría ecofeminista considera por tanto que las sociedades crecen replicando las relaciones de género en todas sus estructuras. El patriarcado, a partir de la subordinación de la mujer, construye modelos políticos y económicos que reproducen la idea de dominación. Así se establece por tanto una relación entre la desigualdad de género, la injusticia social y la insostenibilidad ecológica de nuestras sociedades.
¿Qué ha cambiado en el último año?
En los últimos años hemos vivido acontecimientos que han sido especialmente sangrantes y que ya la sociedad no está dispuesta a tolerar. Todas hemos escuchado nombres como el de de Ana Orantes, Sandra Palo, Marta del Castillo, los niños Ruth y José, Diana Quer o incluso la más reciente Laura luelmo. Todos son nombres de víctimas de violencia de género, pero no son solo estos, hay miles de mujeres, niñas y niños que mueren al año alrededor del mundo como consecuencia de la violencia machista y que no se les pone nombre. Sólo en nuestro país en 2018 hubo 98 feminicidios y asesinatos. Ya en lo que llevamos de año ha habido 15 feminicidios. Esto son los casos más sangrantes de la violencia de género, la consecuencia final, el grado más extremo de la violencia machista.
Sin embargo, no hemos de quedarnos ahí. En el mundo occidental y particularmente en España, presenciamos cómo las políticas económicas, energéticas y ambientales de lucha contra el cambio climático y a favor de la sostenibilidad, se ven relegadas sistemáticamente a un segundo o tercer plano en las agendas de los grandes partidos políticos, aún cuando es nuestra supervivencia como especie la que está en peligro. El feminismo no es un complemento de una ideología, sino que ha de abarcar todos los ámbitos políticos y sociales.
El 8 de marzo del año pasado fue un día histórico en el mundo y especialmente en España por el gran apoyo con el que contó. El 8 de marzo del 2018 millones de personas salimos a las calles en cientos de ciudades de todo el mundo. Aquel día cambiamos algo, aquel día fuimos las protagonistas activas de un proceso que quedará para siempre en los anales de la historia. Mostramos al mundo que las violencias, atraviesan nuestras vidas, las de todas las mujeres, y la condiciona, limitando nuestra libertad. La justicia patriarcal no nos sirve, pues leyes basadas en prejuicios misóginos, que nos invisibilizan catalogando la violencia machista como violencia doméstica, aplicadas por quienes comparten la misma visión de las mujeres que sus violadores, maltratadores, acosadores… es completamente insostenible e inaceptable. Por ello es responsabilidad de toda la sociedad, desde todos los ámbitos, trabajar para alcanzar un modelo social de iguales, cooperativo; un sistema que cuide de las personas y del planeta. No pensemos que esto es cosa de la clase política solamente, en la mano de cada una y cada uno está el revisar sus comportamientos y actitudes y darse cuenta de qué puede cambiar para ayudar en la lucha feminista. No sólo está el cambio en las grandes políticas, también en los pequeños gestos, en lo que como personas podemos hacer en nuestro día a día.
Queremos un sistema ecofeminista que se construya en torno al bien común y que reproduzca los valores de la igualdad en todos los ámbitos y en todas las relaciones. Queremos que nuestras niñas no vuelvan a sentir miedo cuando salgan a la calle, que no se nos siga discriminando por ser mujeres, no queremos que esto solo se plasme en el lado más visible de la violencia machista, sino que también se reconozca y se pongan medidas para evitar esa violencia invisible que sufrimos las mujeres por el simple hecho de ser mujeres. Porque lo somos, y estamos orgullosas de serlo. Y para ello, seguiremos trabajando, tejiendo redes y espacios de apoyo y diálogo, de escucha mutua, sabiendo que si paramos todas, paramos todo. Nos vemos juntas mañana hermanas, hagamos que otra vez el 8 de marzo vuelva a ser un día histórico.
Por Rocío Sánchez.